DISPOSITIVOS WEARABLES: LO QUE SE LLEVA ESTA TEMPORADA

WearablesEn un capítulo de la serie Cuéntame de TVE, Antonio Alcántara, el personaje interpretado por Imanol Arias, le decía a un vecino suyo que se imaginase cómo sería algún día el mundo si la gente tuviera a mano un teléfono que no necesitase cable y que le permitiera llamar desde cualquier parte, por ejemplo desde la carretera perdida en medio de la nada en la que los dos que se encontraban en ese momento, de noche y pelados de frío… Está claro que los guionistas no jugaban limpio, porque seguro que todos tenían uno de esos en el bolsillo.

Hablando de teléfonos móviles, hace cuatro días, como aquel que dice, que terminó el Mobile World Congress de Barcelona. Dicen sus organizadores que fue un éxito, tanto de expositores como de visitantes, y también económico. Durante unos días la ciudad estuvo repleta –más bien saturada– de directivos, ingenieros, azafatos y visitantes en general –todo ello dicho para ambos sexos, por respeto a la igualdad–. Y los medios de comunicación realizaron seguimientos exhaustivos desde prácticamente todos los puntos de vista, y nos mostraron las muchas novedades que las marcas presentaron en sus fantásticos stands. Hay que decir que, aun con todo ese revuelo, no son más que un subconjunto de un concepto mucho más grande que se conoce como Internet de las cosas.

De éstas, de las muchas novedades tecnológicas que se presentaron, lo que a mí más me ha llamado la atención ha sido la aparición de gran cantidad y variedad de nuevos aparatitos y accesorios de nuestros estimados teléfonos móviles. En muchos casos, estos gadgets –un amigo mío los llama chuminotecnia– vienen al mundo a cubrir necesidades que no sabíamos que teníamos. Pero aun así nos sentimos fascinados por ellos, por lo que son capaces de hacer, y nos dejamos llevar por la fantasía de lo mucho que mejoraría nuestra vida si dispusiéramos de ellos.  Sinceramente, creo que con unos sí, y con otros no tanto, pero a cada cual lo suyo.

Desde que los teléfonos móviles se transformaron en smartphones, y más aún con la aparición de las tablets, hemos podido asistir a una transformación social que nos ha llevado de poder hablar con otra persona desde “cualquier lugar” a llevar encima el álbum familiar de fotos, nuestra música favorita, la agenda de la oficina e incluso parte o todo el trabajo. Los niños ya no se juntan en los parques para jugar a fútbol, o a lo que sea, y ahora comparten partidas al Clash o al Candy. Gente que preferiría que le robasen el coche a que le desaparezca el iPhone la hay, y más de los que nos pensamos.

Los teléfonos de antaño ya no son teléfonos. Ahora son smartphones, ordenadores que, por cosas de la vida, aún nos permiten llamar y hablar directamente con otras personas, pero que ahora vienen equipados con conexión a Internet, GPS, luz, cámara, brújula y una variopinta ristra de sensores de todo tipo que le permiten hacer funcionar aplicaciones de oficina, de productividad, de ocio, de multimedia, de chorradas, y mil cosas más… El informático que antes hacía programas de facturación, ahora crea aplicaciones para móviles –apps las llaman– porque es lo que se lleva, lo que está de moda y donde actualmente está el negocio. Renovarse o morir, dice el refrán.

Esos fantásticos smartphones tienen un problema: Un tamaño físico concreto, limitado por su carcasa, que impide que sean aparatos adecuados para algunos usos o condiciones de trabajo. Pero afortunadamente también tienen la solución: Una enorme capacidad de conectarse, con y sin cables, a otros dispositivos que haya alrededor –a esto lo llaman conectividad–.

Aquellos gadgets de los que hablaba antes, aquellos complementos, lo que hacen es ampliar, y mucho, las capacidades de los smartphones rompiendo, gracias a la conectividad, las barreras que los inscriben a sus dimensiones físicas. Las posibilidades son muchas: Imprimir al momento la foto que acabamos de hacer como si tuviéramos una cámara Polaroid clásica; convertir nuestra habitación en una discoteca con altavoces y luces psicodélicas; permitir que nuestro portátil se conecte a Internet a través del teléfono; y eso por poner unos pocos ejemplos.

Pero de todos ellos, los más llamativos y espectaculares son los que podemos llevar encima, los que podemos vestir: Los dispositivos wearables. Porque, en la vida diaria es muy molesto tener que cargar con muchos y pesados cacharros para poder pasear o trabajar o hacer los deberes o comunicarnos con nuestros amigos y compañeros. Y ellos, los wearables, vienen a conquistarnos ofreciendo nuevas y sorprendentes prestaciones para nuestros objetos cotidianos –nuestra ropa, nuestros zapatos, nuestros adornos–, y encantándonos con sus reducidas dimensiones y pesos.

Pongamos unos pocos ejemplos:

  • Relojes –más bien pulseras– que vibran cada vez que recibimos un mensaje en nuestro WhatsApp mientras monitorizan nuestro ritmo cardíaco y cuentan los pasos que damos al caminar para calcular las calorías que hemos gastado. ¡Y además nos dicen qué hora es!
  • Gafas que permiten hacer fotos de aquello a lo que estamos mirando, y que al situarnos frente a un monumento nos muestran su historia sobreimpresionada en los cristales, información de la que sólo nosotros podemos disfrutar.
  • Zapatos que permiten cargar la batería de nuestro smarphone aprovechando el impulso de nuestros pies y nuestra energía cinética.
  • Chaquetas y gorras que incorporan diminutas placas solares, con el mismo fin que esos zapatos.

Las posibilidades son muchas, algunos dirían que infinitas, y cada día aparecen más. Lo que hace 25 ó 30 años parecía ciencia ficción –llamar desde casi cualquier lugar del mundo–hoy es de una cotidianeidad pasmosa. Y cada nuevo aparato parece sacado de, precisamente, alguna novela o película de ciencia ficción –incluyendo los teléfonos móviles, que los inventó Mortadelo con su zapatófono–.

No tardaremos en ver pines o broches que nos permitirán hablar con nuestros allegados, ser localizados y monitorizar nuestra salud, tal y como hacen los personajes de StarTreck. O marcapasos controlados por nuestro smartphone, con conexión directa con el centro de salud para que nuestro médico no tenga que esperar a que nos hagan un electrocardiograma. O vaya usted a saber qué se inventarán… Ya se empieza a hablar de que la siguiente generación de complementos irán implantados bajo la piel, formando el Internet de las Personas.

Con todo esto, cada vez llevaremos encima más aparatos electrónicos, a menudo incluso sin darnos cuenta, sin notar su presencia ni su peso, e incluso sus efectos. Es el objetivo final del diseño de interfaces de usuario: Que sean invisibles, naturales, que no se noten… pero que estén ahí cumpliendo su función.

Pero además de las muchas ventajas que todo esto supone, no cabe duda que esos aparatos tienen una que destaca por sí sola: Son una fuente inagotable de regalos para cumpleaños, Navidades, San Valentín, el día de la Madre y el del Padre, Reyes y cuantas fechas se empeñen en señalarnos en el calendario… Y esto es una ayuda maravillosa para personas que, como yo, siempre tenemos problemas a la hora de hacer regalos a los demás. Por supuesto, supone un volumen de negocio enorme.

Con tanto chip, circuito, cable y sensor sobre y bajo nuestra piel, tal vez los humanos estemos empezando a parecer cada día más a robots –cyborgs en la jerga de la literatura de ciencia ficción, mitad humanos, mitad máquinas–. Y por el contrario, pierde parte del sentido el viejo sueño de construir robots parecidos a seres humanos, siempre respetando las leyes de la robótica que enunció Isaac Asimov.

Si Antonio Alcántara–o sus guionistas– hubiera estado un poco más al día, seguro que aquel día, además de soñar con el teléfono móvilse habría pedido a los Reyes Magos una chaqueta cargadora de baterías, para el frío…